domingo, 14 de septiembre de 2008

¿SOY LA QUE ESCRIBE O LA QUE ENSEÑA?

Desde que se recibió, hace dos años, Valeria es maestra de 1º grado. Le gusta escribir y hace tres años publicó un libro de poemas muy interesante; además escribe poesías infantiles, aunque todavía no se animó a leerle alguna a sus alumnos. Se acercó al taller porque le interesa profundizar el trabajo de escritura con los chicos.
Durante varias semanas trae a cada reunión consignas que ha sacado de los cursos que realizó o de algún libro para preguntarme qué me parecen. Todas ellas se proponen "motivar" que los chicos escriban. Algunas parten de la lectura de un texto, otras se basan en concepciones más lúdicas y entonces estimulan la combinación de palabras y/o universos pertenecientes a campos diferentes, otras presentan imágenes sugerentes que lleven a los chicos a inventar alguna historia; en fin, toda una tecnología de la motivación para que los alumnos encuentren qué escribir.
Al respecto se pueden realizar algunos comentarios:
En primer lugar, pareciera que todas estas consignas se basan en el supuesto de que la "escritura creativa" es sinónimo de narración fantástica; se diría que casi, casi, para los autores de estas propuestas existe solo este tipo de texto, y que la creatividad y la imaginación se ponen en juego exclusivamente cuando se cuenta sobre hombrecitos de agua; hormigas que navegan por el mar y vientos que se portan mal. O lo que sería más preocupante, que solamente ésta es la clase de literatura que atrae a los más chiquitos.
El segundo aspecto, el que más me interesa, es que pareciera que toda la parafernalia que se ha desarrollado en las últimas décadas para que los estudiantes escriban, desconociese que los chicos tienen sus propios intereses, deseos, cosas que les pasan, que ven, que sienten para volcar sobre el papel y que además vale la pena que ese universo sea expresado y compartido a través de la escritura. No estoy afirmando que el tipo de propuesta que menciono no origine con frecuencia producciones interesantes, que ponen en movimiento estrategias que implican un aprendizaje, que en muchos casos son entretenidas para los chicos y que posibiltan que éstos se relacionen de una manera más placentera con la escritura que la que experimentábamos nosotros cuando nos pedían que escribiésemos redacciones que venían con el título puesto, pero no son medulares porque para que la escritura se convierta en una experiencia vital y transformadora debemos sentir que nos es útil para decir lo que es importante para nosotros. Y esto abarca desde una poesía hasta la investigación de un tema que nos interesa o nos preocupa.
Valeria esto lo reconoce por su experiencia como escritora; sin embargo, su conocimiento personal queda anulado, sepultado debajo de la montaña de "actividades sugeridas" que brindan los textos y las capacitaciones y que ella aplica no solo sin tener claro los objetivos, sino también sin quedar satisfecha con los resultados.
Por eso le pido que piense en su escribir: ¿Qué es escribir para ella? ¿En qué ocasiones siente necesidad de escribir? ¿Cuándo escribe? ¿Sobre qué escribe?
Estas son algunas de sus respuestas:

¿Qué es escribir?
-Consuelo
-Descarga
-Belleza
-Juego
-Expresión de mi personalidad
-Volcar mis emociones

¿Qué hago para escribir?

-Vivo

-Me conecto con mis emociones

-Pienso cómo expresar lo que siento en forma bella

-Releo, busco mejores palabras para expresar lo que siento

-Leo literatura que me impacta

A partir de sus respuestas pudimos ver que la escritura para ella no surgía de una motivación externa, sino que se originaba de la necesidad de contar lo que vivía, que esto no implicaba que necesariamente se refiriera siempre a sí misma, sino que podía escribir sobre situaciones de las que era testigo, que les pasaban a otros, pero que en última instancia también le sucedían a ella en la medida que la conmovían y la conducían a escribir. Ahora bien, buscar y elegir las palabras implicaba discernir lo que sentía, pensaba y deseaba decir. Era mirarse.
Cuando analizamos a la luz de estas ideas las actividades que les proponía a sus alumnos, comprobamos que ninguno de estos aspectos que para ella eran tan definitorios de lo que significaba la escritura estaban presentes. Había dos Valerias: una era la que escribía; otra la que enseñaba a escribir, en consecuencia también disociaba el objeto de enseñanza del objeto enseñado, ya que una era la escritura y el proceso que ella vivía como escritora y otros los que proponía a sus alumnos. El desafío es poder trasladar a su propuesta didáctica su experiencia de escritora, acercando ambos objetos.